AD ASTRA PER ASPERA

martes, enero 16, 2007

Melshinde

Un valle poblado por aires de batalla, viejas leyendas e inciertos futuros se encontraba ante sus ojos. El joven guerrero se adentro cabalgando, mientras su cuerpo era golpeado por aquella brisa que le prometía aventura y el sol hacía brillar su armadura desafiante. Días antes inició su cabalgata, buscando el nuevo aire que su adolescente ímpetu le pedía a gritos.

Su prestancia de guerrero contrastaba enormemente con el semblante de la gente que lo recibió en los poblados. Campesinos de rostros acabados, mujeres y niños que deambulaban errantes, con el rostro seco de toda ilusión, centenares de ojos que no podían evitar el fijarse en el brillo de la espada, en el dorado fulgor del escudo, en la magnífica presencia del jinete que se introducía violentamente en su gris atmósfera. Al descender de su caballo, el guerrero se fijó en el rostro de los fornidos trabajadores que caminaban con dirección a la posada del lugar. Al entrar, el golpe de las almas atormentadas mirándolo fijamente lo paralizaron un breve instante. Su presencia, sin embargo, no tardó en adueñarse del lugar. Al calor de una fogata y de un espumante jarro de cerveza, procedió a informarse de las leyendas locales y de los terribles azotes que golpeaban aquel triste poblado. Su exhuberancia no pudo evitar fanfarronear con historias inventadas por su anhelo de aventura y de gloria. Conquistado había a toda la concurrencia con sus heroicas y febriles hazañas, sin reparar que no todos los ojos del local estaban fijos en él. Fue cuando escuchó el nombre...

"Melshinde..."

Un ruido sordo, pronunciado en forma fría y suave. Un nombre que hizo que las imagenes mas varoniles redujeran su semblante a algo menos cálido que una mortaja de hielo. Un rostro poco menos que inexistente, con 2 ojos como cuevas de lobo que observaban desde la penumbra, tan inaccesibles que parecían de otra época.

"¿Quién o qué es Melshinde?"- preguntó el intrépido y joven guerrero. Los murmullos tímidos y nerviosos de los parroquianos sugerían un pavor tremendo, como si se tratase del nombre del peor de los demonios.

"Melshinde...la hechicera que vive mas allá de las colinas. El azote mas grande que ha conocido todo este gran triste valle"- señaló el anciano, que luego de la pequeña descripción pareció mas real, pero al mismo tiempo, aún mas frío y misterioso. "El peor de los demonios".

"Señálame el camino, anciano"- pronunció imprudentemente el joven héroe, quien decidido a acallar cualquier voz que apocara su extremo deseo de fortuna y fama, se levantó de improviso arrojando unas monedas en forma displicente sobre el mostrador. Un murmullo colosal inundó el antro, mientras las miradas llenas de fulgor de los hombres temerosos lo bañaron en cosa de segundos. Algunos temblaban.

El viejo sonrió.

"Antes de vencer a Melshinde deberías volver por donde llegaste a este maldito pueblo. Si realmente estuvieras preparado para la aventura, deberías colgar esa espada y ese escudo, que por mucho poder y orgullo te otorguen, no te servirán de nada. Hay cosas que ni siquiera un héroe fanfarrón puede enfrentar."- señaló lapidario.

"Déjame traerte su cabeza, si me lo permites, anciano hablador...creo que no sabes distinguir entre un hombre preparado para la guerra y un humilde y necio campesino."- pronunció impetuósamente el joven tonto, antes de observar un blanco y arrugado gesto que señalaba mas allá de las colinas...

El cielo se alzaba gris. Las nubes tenían esa fría temperatura que presagia grandes acontecimientos. Todo el terreno reverberaba bajo los cascos de su fiel caballo, mientras se dirigían directo al abismante claro donde habitaba el gran azote del valle, siguiendo las guías del incorpóreo anciano. Se dijo que no tenía nada que temer, mientras revisaba su escudo colosal y su espada fiel. Sus pies hormigueaban y sus manos, inquietas, no podían esperar el desafío para el que se había preparado toda su vida. Mientras la negra cabaña tomaba forma al fondo del sendero que señalaba el camino a su destino, se decía a si mismo "no fracasar".

Del negro espacio, surgió un olor a hechicería. A destino fatal, mezcla de olor a magia y a humo púrpura. Bajó de su caballo, mientras de la negra forma surgía otra forma. Mas pequeña y mas negra que la noche, ensombrecido el semblante por una oscura capucha.

Su mano empuñaba la espada, seguro. Sus nervios y músculos se prepararon para la batalla y sin decir nada, trazó con los pies un rayo en el suelo. Quieto y silencioso. Expectante. Dos centelleantes ojos, mas claros que la luna y mas brillantes que toda la humanidad junta, le contemplaban fríamente desde el interior del abismo de tela. No pudo evitar aquella mirada que le apresaba. El perfume púrpura le invadía los sentidos y su cabello se erizaba, mientras el canto que salía del interior del traje negro conquistaba cada rincón de su cuerpo.

Melshinde se quitó la capucha y su espada cayó al suelo.

Escrito por Leprosy | 2:21 p. m.

1 Comentarios:

Blogger caldostrong dijo...

Al final la loca se quedo con la cabeza del guerrero.

enero 19, 2007 5:04 p. m.  

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